Blog-Novela

Blog-Novela

viernes, 15 de febrero de 2019

Capítulo 6: La muerte de Misifú




Capítulo 6: La muerte de Misifú



Ya había cumplido 15 años, la edad que todas las chicas desean, por las enormes fiestas quinceañeras que se celebran. Yo le dije a mi padre, que no deseaba fiesta alguna, ni tampoco un carro. Mi padre me dio algo de dinero y me lo gasté en libros, música, revistas, entre otras cosas.
                     
Recuerdo que mis compañeras de secundaria ya les habían echo su fiesta de quinceaños, ya se maquillaban en exceso, traían novio, algunas a escondidas, y yo sólo deseaba tener días tranquilos, quizá encontrar eso a lo que llamaban amor y la búsqueda de felicidad.

Vivía entre las paredes de mi cuarto, soñando, entre libros de poesía y literatura, entre fotos de revistas y casettes de mi amor platónico, un cantante italiano, Gianluca Grignani.

No quería nada escandaloso, es más, hasta quería pasar desapercibida a esa edad. En ese tiempo me volví muy introvertida. Los amigos los contaba con una sola mano. Casi no hablaba y en la preparatoria siempre andaba cabizbaja y con los cabellos en la cara para que no me vieran totalmente el rostro. Morticia me seguían diciendo algunos, apodo que desde muy niña me pusieron, por mis cabellos largos y negros, y mi piel blanca.

-Así nací idiotas — les llegué a decir un día.

En ese tiempo estudiaba dibujo, vivía en mi mundo. Yo no iba a discos, ni a bailes, no era de mi agrado. Así que en mis vacaciones me la pasaba leyendo y escuchando música.

Mi gata Misi siempre estaba a mi lado, algunas noches desaparecía porque traía un novio gato, ese gato se llamaba Chaires, era de la vecina. Misifú y Chaires se volvieron muy unidos. Creo que alguna vez sentí celos, porque Misi llegó a desaparecer tres días seguidos. Me preocupaba, pero nunca se iba en definitivo, volvía y corría las escaleras hasta mi cuarto, me sorprendía cuando estaba en la cama. Como diciendo: Hey, aquí estoy, ya volví.

Cuando cumplí 15 años mi madre me llevó a un estudio fotográfico, quería una sesión de fotos. Ese mero día, me salió una espinilla enorme en la mejilla derecha. Era raro que me salieran espinillas, pero ese día fue el colmo, era gigante. Traía ojeras y mi cabello sin chiste.

Mi madre me consiguió un vestido de fiesta color melón, con guantes y sombrero. Me pareció ridículo, pero no quise hacerla sentir mal. Sentí que esa color no se me vería muy bien, y me vería gorda.

Me lo puse de mala gana, y primero me hicieron un peinado, que no estaba tan mal, pero no me gustó, después me maquillaron. Y me sorprendí, parecía otra, no me veía tan mal ni tan ojerosa, habían ocultado esa enorme espinilla. Creo que me veía guapa. Y mi madre se emocionó tanto que hasta una lágrima derramó.

En casa, me esperaba toda la familia de mi padre, las tías que me caían gordas, los primos que a las quinientas veía, pero traté de disfrutar ese día. No siempre se cumplen 15 años.

Mi abuelo, el padre de mi papá no pudo asistir porque se sentía mal. La familia de mi mamá no fue invitada porque a ellos no les gustan las fiestas, son cristianos y no les parece bien los bailes y los alborotos de las fiestas.

La comida estuvo muy rica, el pastel y todo. Despedí a los invitados. Sólo una tía, hermana de mi papá, se quedó a dormir ahí. No era raro que lo hiciera, pues a veces su esposo andaba de viaje y ella prefería que la recogiese al siguiente día.

Ya en mi cama, agradecí a Dios y a mis padres el haber celebrado ese día. Abrí algunos de mis regalos y escribí algunas notas en mi diario personal. Misi se subió a mi cama, como entendiendo que había sido mi día, y me dio una de sus manitas, la abracé y nos quedamos dormidas.

Después de la fiesta familiar estuve pensando en los años que se me iban acumulando y que esos años ya no regresarían. Tenía que vivirlos al máximo, pero algo en mí había cambiado y no precisamente para bien.

Misifú durmió toda la noche conmigo, tuvimos un sueño tranquilo. Al verme en el espejo del baño observé que aún había rastros de maquillaje y mis cejas estaban muy bien delineadas. Observé también que no era tan fea como pensaba, algo en mí a veces relucía.
Pero me estaba volviendo completamente antisocial, a veces creía que odiaba a la gente, otras veces sentía lástima por mí misma. Llegué a cuestionar mi existencia muchas veces, y comencé con mis enfermedades sugestivas. Me hacía a la idea de que no podía respirar y así era, no podía respirar y eran noches de desvelo e insomnio interminables.

Otras noches no dormía por los sonidos en mis oídos, esos tambores o especie de música que me tenía en la locura. Y comencé a ser alérgica al polvo, a lo común y a la felicidad.

Después de la varicela y las semanas en casa sintiéndome mal, llegó algo de lo cual no estaba preparada: la muerte de mi abuelo paterno. Tenía cáncer y esta enfermedad lo consumió.

La muerte para mí era solo una palabra lejana que terminó por darme noches de guerra. Le lloré a mi abuelo, y me lloré a mí misma, por el sufrimiento que me iba tejiendo por las madrugadas pensando en por qué la gente tenía que enfermarse y morir.

Y pensé en mi muerte, pensé en morir, en cuándo llegaría y las múltiples enfermedades que me visitaban cada día. Y poco a poco ya no quería levantarme de la cama, y a veces se me dificultaba respirar.

Me enfermé de depresión, cuando me dio varicela no sólo me salieron granos, salió la negatividad de mi ser. Incontables noches de insomnio y fiebre fueron aletergando mis días miserables, en los que las lagrimas ya no eran suficientes. Y sólo esperaba mi muerte. Viví noches incalculables de delirio, y las voces, esas voces en mis oídos llegaban a perturbarme, a lograr quitarme la paz.

En la preparatoria no me iba tan mal, hacia las cosas automáticamente y fui dando justificantes, me fui enfermando, y ya no comía y cada vez bajaba de peso. Y así las cosas cada vez peor.

Eran muy pocas las cosas que disfrutaba, el leer, el dibujar y la compañía de Misifú, mi gata querida, que siempre me acompañaba en las buenas y en las malas. Ella me vio crecer, me vio cambiar y se mantuvo siempre fiel.

Al regresar cada día de la escuela yo sabía que Misifu estaría esperándome. Pero hubo tres días que desapareció, me asusté y me preocupé. Mi madre me vio llorando y me consoló. Fueron tres días sin ella y una mañana regresó y fue abrazarme a la cama.

Al siguiente día la noté muy rara. Misifú no quería comer y se escondía en algunos rincones. Dormía demasiado, ya no era activa. Una mañana de viernes durmió conmigo. 

Una tarde de domingo, mientras Alexa y yo veíamos la televisión en el cuarto de estudio, escuchamos quejidos, quejidos raros, casi humanos. Como lamentos y sollozos y pudimos ver que Misifú se quejaba y no quería que la viéramos sufrir.

La miré, miré sus ojos verdes por última vez y supe que nos despediríamos. Mi madre la tomó en sus brazos y falleció. Lloré sin encontrar consuelo. Alexa también. En la casa ese día hubo una gran tristeza. Me quedé sin palabras.

Mi compañera, mi cómplice había partido y no estaría jamás conmigo. Mi madre la envolvió en una colcha y la enterró en nuestro jardín trasero, al lado del árbol tenebroso y gigantesco. Alexa y yo pusimos flores amarillas y se nos llenaron los ojos de lágrimas.

domingo, 4 de mayo de 2014

Capítulo 5: El mal anda cerca

Capítulo 5: El mal anda cerca




Sabía que algo no andaba bien, que esas cosas no eran algo normal, pero aún con esa sensación de miedo siempre traté de actuar tranquila. Le buscaba la explicación científica primero, veía el asunto desde varios ángulos. Nunca atemoricé a mi familia, creo que siempre fui valiente.

Les conté a mis padres el suceso que había visto esa noche que me quedé afuera a dormir. Obviamente mis padres no me creyeron. Pensaron que yo era una adolescente de 12 años con el intelecto muy desarrollado y que eso eran mis historias de ficción. Las cuales algún día escribiría.

Muchas veces me desvelé, sentada escribiendo miles de historias. Era disciplinada. El escribir es una disciplina que yo cumplía noche tras noche. Era como la hora de la inspiración diría yo, hasta que un día hablando con mi mejor amiga Sonia, amiga ya de la secundaria. Me contó algo de la hora macabra, las 3:00 a.m era la hora del diablo, según ella, la hora en que había más energía y podían verse y sentirse todo tipo de sucesos fantasmales.

Me tomé el comentario lo más normal posible, pero una noche de esas que yo escribía, sentí que me veían a lo lejos, al otro lado de la ventana. Uno siempre siente miradas, pero esta sensación era horrible, te producía escalofríos, yo siempre me hice la valiente, era fuerte, pero a veces cuando sentía que no podía con esa especie de sensación, pedía protección a Dios, él que todo lo puede y que todo lo sabe.





* * *


Cuando mi padre nos llevaba con mi abuela Ofelia, siempre agarraba los periódicos y me encantaba leer sobre las historias que contaban las mujeres en las cárceles, y había otra sección que me gustaba sobre historias de terror que la gente contaba. Una vez, me llamó la atención una historia donde se narraba sobre el diablo, lucifer, satanás, como le quieran llamar. Se relataba que Lucifer, no es como las barajitas de lotería nos lo pinta, rojo, con cuernos y una cola. Él es, un ex ángel, el más bello, y puede aparecerse como el quiera, para producir temor, daño y maldad.

También supe que los fenónemos Poltergeist algunas veces se presentaba donde hubiera adolescentes, entre los 12 a 16 años. Algunas veces las luces de la casa se prendían y apagaban. Se movían los abanicos de techo y siempre había ruidos en la noche. Como alguien danzando arriba del techo.

Para mis padres y hermanos todo era normal, eran cosas que quizá en todas las casas pasaban. Pero para Misifú y yo algo estaba pasando en casa.

Misifú cada vez se estaba volviendo una gata miedosa. Ella veía cosas que yo no podía ver con el sentido de la vista, más si podía sentir y podía percibir. Alguien alguna vez me dijo que yo tenía “eso”muy desarrollado y que pasando el tiempo podía ver cosas que los demás no ven. Le pregunté que era “eso” y me dijo que algún día lo entendería.
Yo tenía la manía, aparte de escribir en la madrugada, de dormir con música, y Misifú casi siempre estaba a mi lado. Nosotras estábamos en un cuarto que quedaba cerca de la terraza y una madrugada vimos una sombra oscura acercándose a la puerta, tras de ello, se escuchó un golpe muy fuerte. Misifú corrió y mis piernas no reaccionaron, lo único que pude hacer fue taparme con la almohada, y esperar a que esa sombra se alejara.



* * *


Alexa era muy pequeña para entender algo sobre estos asuntos, así que trataba de no hacer comentarios al respecto. Ella nunca me comentó nada y Eddy era muy escéptico para estas cosas, todo lo tomaba a broma.

Con mi madre, era diferente, ella me escuchaba, no me creía loca, pero no opinaba al respecto, sólo me escuchaba atentamente. Quizá para ella su silencio era protección. Yo a ella le contaba todo, con el hecho de escucharme ya era mucho para mí, pero yo tenía que investigar. Las cosas paranormales no se dan por sí solas, siempre hay algo en el fondo. No algo bueno.





* * *



Algunas veces, en algunas tardes, me entraba la melancolía. Y mi vista se perdía en la lejanía, en el horizonte. Me sentía tan sola. Pero me encerraba en mi misma. Sabía que algo no me sabía feliz, pero no sabía lo que era. Dudo que algún adolescente lo sepa.

Y allá a lo lejos de mi habitación, podía ver la esa cruz blanca que se perdía entre la hierba crecida, ahí donde encontraron a Julia. Muchas madrugadas veía un vestido blanco flotar y me tallaba los ojos de la duda, pero ahí andaba, el aire lo decía.

Supe, no recuerdo cómo ni quien me lo dijo, que los asesinos de Julia habían tenido un mal destino, uno de ellos se había ahorcado y otro había tenía una muerte horrible, que más horrible que morir en llamas.

Siempre me ha dado miedo el fuego, tengo tanto temor. Alguien me dijo que quizá en una vida pasada fui bruja, y por eso tenía miedo hasta de prender un cerrillo. Pero morir en llamas me parece terrorífico. Siempre mis peores pesadillas que se repitieron era ver esa casa quemada, no sé que significaba, pero soñaba con frecuencia que en la casa ocurría un incendio.


Despertaba sudando y gritando de miedo, muchas veces mi mamá me despertaba cuando veía que estaba teniendo una pesadilla. Más adelante quizá esos sueños me revelarían algo.



* * *


Una noche, al salir de la preparatoria, para mis males, me habían mandado al turno nocturno, y salía muy tarde. Mi madre se quedaba preocupada la mayoría del tiempo, pero yo trataba de tranquilizarla diciéndole que nada me pasaría, que yo era una chica fuerte, valiente y me sabía defender.

Pero una noche, salí muy tarde, el autobus venía lleno, así que esperé a que pasara el otro y eso aumentó más la espera. Yo me sentía feliz en la noche, ver la luna, sentir la brisa fresca y andar a altas horas de la noche. Pero esa noche las cosas cambiaron para mí.

Durante el trayecto del camión yo iba tranquila, quizá preocupada por mi mamá, porque sabía que estaría angustiada por la hora de mi llegada a casa. Como faltaba unos pocos minutos para las 12 de la noche, la avenida ya estaba muy despejada, sólo andaban la gente que trabajaban y alguno que otro estudiante.

Cruce la avenida, y me dirigí al teléfono público para marcarle a mi madre que ya estaba cerca de casa. Cuando colgué, de la nada me salió al paso un carro blanco, muy brilloso. Y el hombre que iba al volante me dijo que me subiera, que él me llevaría. Sonreía, y sus ojos eran muy brillosos. Yo no supe que decir, sólo seguí caminando.

Ese hombre me produjo tanto miedo, que comencé a temblar. Y el hombre seguía en su carro, sonriendo, con la sonrisa más malevola que yo haya visto.

—Yo te llevo, no te acuerdas de mí, yo siempre estoy cerca de ti, sé todo de ti.—me dijo con una voz que odié por mucho tiempo.

Sentí miedo y corrí, no había ninguna persona en las calles y faltabas varias cuadras para llegar a mi casa. No se veía nadie afuera. Y no supe qué hacer, tocar la puerta de una casa y correr. Pues corrí, corrí como nunca, y ese hombre me seguía en ese vehículo blanco que me produjo pesadillas por algunos años.

Y corrí sin detenerme, con mi respiración agitada, con crisis de histeria y rodando por mis mejillas un montón de lágrimas. Y ese hombre venía detrás de mí, riéndose a carcajadas. Y caí, caí en ese lugar; en ese lugar que a muchos les daba miedo. Ahí donde Julia fue violada y asesinada. Y me dio miedo, y sentí asco. Me faltaba el aliento. No podía respirar. Yo no podía correr por el asma, y corrí, me excedí y ese hombre al verme en el suelo, bajó del auto y lo ví. Vi su cara, una cara con un gran resplandor. Vestía traje negro y llevaba varios anillos. Y retrocedió, se subió al auto y desapareció sin dejar rastro.

Mi madre a lo lejos me vio tirada en ese lugar y se horrorizó, corrió hasta donde me encontraba y mis sollozos no me dejaron contarle nada. Cuando pude respirar, le dije que un hombre me venía siguiendo. Y a ella le dio coraje, pero no tanto como a mí.
Dos días después, yo seguía con el trauma del carro blanco, lo soñaba a diario. Me daba temperatura y me enfermé. Caí en cama. Caí en depresión. Me pudo haber pasado algo peor y no me pasó.

Dicen, no lo sé, y ni me interesa saberlo. Pero una viejita me contó una leyenda urbana. Que a veces se aparece un hombre, por esas calles, así de elegante, así de brillante, queriendo llevarse a jovencitas que caen rendidas por ese vehículo, por la ambición, pero es algo maligno, la maldad es grande y no conocemos esa magnitud.

Yo no me explico como de la nada apareció y de la nada desapareció. También alguna vez lo leí y mi madre y yo sólo nos vimos a los ojos. No nos dijimos nada, ella también había sentido mi dolor, mi desesperación, pues creí que terminaría igual que la mujer que a veces rondaba mi habitación.















jueves, 10 de abril de 2014

Capítulo 4: Volando entre sedas

Capítulo 4: Volando entre sedas





Mi impresión en aquellos días, era que algo estaba ocurriendo. No parecían hechos aislados, sino todo era una maraña de misterio, un misterio que yo quería descubrir. Para mis padres sólo eran casos extraños, pero que pasados los días los dejaban en el olvido.



No puedo negar que viví en esa casa momentos de felicidad, que fui una niña feliz, una niña rara pero feliz. ¿Por qué rara? Porque yo prefería pasar horas en mi cuarto avocada en la lectura de alguna historia que me estremeciera, porque asistía siendo niña a las bibliotecas, porque me estaba volviendo antisocial.



No es que fuera difícil para mí hacer vida social, sino que a veces para mí siendo una niña rebelde, era complicado entender ciertas actitudes de la que yo llamaba el vulgo.



Mi madre me señaló que algo no estaba bien en mí, que debería salir y andar en la calle quemándome con el sol como las otras niñas, no le gustaban ahora mis formas de vestir, pues en casi todo mi clóset predominaba la ropa negra.



No le gustaba tampoco mi gusto por el rock ni por el metal. Ni que yo anduviera escuchando a Marilyn Manson ni nada que pudiera parecérsele. Pues mi apariencia  no distaba de los vampiros. Mi piel muy blanca, mis cabellos largos y negros, con mis blusas y vestidos negros, algo que mi madre muy seguido me reprochó.



Para Eddy y para Alexa, sólo eran locuras de adolescente engreída. Pues mis hermanos casi en broma me decían, que yo por mi intelecto, me creía superior a la gente, y por eso no quería convivir. Bueno, en realidad no era ni soy así, creo que soy demasiado sensible y esa esencia gótica no la he perdido, creo que es parte de uno mismo, si uno se siente bien no hay porque desecharlo.



Pero en aquellos momentos, mi madre creía que si lo negativo me seguía era por ser amante de las películas de terror, por el tipo de música y la manera de vestir. Porque mi madre creía que yo había dejado de creer en Dios, y en la religión que ella me inculcó.



Sin embargo, aún y con mis cambios, nunca dejé de ser creyente. Pero mi forma de pensar era otra. Yo no necesitaba ni estaba de acuerdo en ir a la iglesia, pues me había topado con mucha gente falsa e hipócrita. Dios ha

estado en mi corazón y siempre lo estuvo.



Lo que a mí me persiguió es algo que jamás entenderé, pero vaya que lo viví. Nadie puede venir a decirme lo que se siente, porque las cosas que viví no sólo la vieron mis ojos, sino todos mis sentidos.



¿Cómo explicar esa fuerza que sientes, pero que no ves? Jamás dudé de mi misma, ni me creí loca. Pero de que algo habitaba en esa casa que mi padre habría construido con tanto amor, para nosotros, su familia, era cuestionable.



Cierto día, en mi habitación, cuando yo estaba dormida, algo me despertó. Yo sabía de antemano que mis hermanos estaban en la escuela, que mi padre se iba desde muy temprano a trabajar. Y que mi madre siempre se encontraba en la planta baja, o bien, andaría en algún mandado en la calle.



Pero ese día, yo sabía que estaba sola. Mi cuarto siempre lo mantenía cerrado, pero unas manos comenzaron a recorrer mis piernas, de arriba a abajo. Yo me encontraba boca abajo semidormida, con la firme intención de levantarme, pero no podía, algo muy fuerte sobre mí me lo impedía.



Quise gritar pero no pude, algo me presionaba el abdomen. Yo me sentía presa de algo invisible. No veía pero sentía. Y muy a mis adentros, comencé en mi memoria a leer partes del salmo 91. "El que habita al abrigo del Altísimo, morará bajo la sombra del Omnipotente. Diré yo a Jehová: Esperanza mía, y castillo mío; Mi Dios, en quien confiaré.



Y así, de esta manera, esa carga en mi cuerpo que me presionaba dejé de sentirla, y desapareció, no sin antes echar una especie de bufido en uno de mis oídos.



Quise correr escaleras abajo, pero mi  madre no estaba, y si se lo hubiera dicho en ese momento, me hubiera tachado de loca o de dormir de más. Ese hecho me lo callé. Y actúe de manera normal.











★ ★ ★











Un domingo en la mañana desperté y no había nadie en casa, me dispuse a desayunar solamente acompañada de Misi; era un domingo agradable, de mucho sol.



A las pocas horas llegó mi madre junto con Alexa, habían ido al mercado a comprarse algunas cosas. Pero mi madre se quedó afuera platicando con unas señoras que estaban en una camioneta roja. Le pregunté a Alexa, quienes eran ellas; y me dijo que ellas acababan de llegar a la casa cuando la señora rubia que conducía le había chistado a mi mamá.



Mi mamá entró a la casa con un muy mal semblante y me dijo que quería hablar conmigo. Nomás verle el rostro me preocupé, era algo extraño que mi mamá se comportara de una manera tan intranquila y rara a la vez.



Me alcanzó a mencionar que la mujer que conducía le había dicho que si era era su casa, y que tenía que contarle algo muy importante. Mi mamá atenta la escuchó, y ésta señora le dijo que en la puerta de la casa habían tirado tierra de panteón... y que seguramente había malas vibras en la casa. Pero que ella de manera bondadosa la ayudaría.



Mi madre creyó en la ayuda, les permitió a dos de ellas entrar a la sala, una se quedó en la camioneta. La mujer rubia, y con faldas largas, barrió a mi madre con unas hierbas, y dijo no sé que palabrerío. Y le pidió a mi mamá, que si tenía dinero guardado, que por favor lo sacara, porque ella bendeciría ese dinero para que se multiplicara.



Yo estaba detrás de unas cortinas escuchando todo, me pareció algo estúpido, pero mi mamá parecía marioneta entre hilos. Me dijo molesta que subiera al cuarto donde yo ya sabía que estaba el dinero de mi papá.



Sí, mi padre en ese entonces guardaba sus ahorros y demás dinero en una cómoda vieja pero muy fuerte. Los billetes estaban en ligas, contados por numeración, y estaban las fajas de dinero en un botín color crema, que mi padre guardaba recelosamente. Era su tesoro, y nadie podía agarrárselo.



Pero ese día, a mi madre le valió, y me ordenó que fuera por ese dinero, por todo, y que se lo entregaríamos a esas mujeres para que lo multiplicaran y nos quitaran las malas vibras, porque según ellas, alguien muy malo había tirado tierra de panteón en la puerta de nuestra casa.



Obedecí a mi madre, y las piernas me pesaron al subir las escaleras. Llegué al cuarto de mis padres, y entre los cofrecitos y los joyeros no encontraba la dichosa llave que abriría la cómoda. Tardé minutos en encontrar la llave... y cuando miré el espejo del peinador, vi la imagen de una mujer, con un vestido blanco de invierno, y una larga cabellera ondulada marrón, pero con la cara pálida, como de muerta.



No grité, pero del susto me caí al borde de la cama, y me pegué en la frente. Mi respiración era agitada, quería correr del miedo que había invadido mi cuerpo.



Mi madre, abajo gritándome que ya me estaba demorando demasiado, que dónde estaba lo que había pedido. Y yo, con el miedo, no encontraba la llavesita, hasta que apareció en uno de los joyeros y torpemente abrí la cómoda, había un montón de ropa vieja, de cosas, con mis brazos tantee el final de la cómoda y saque el gran morral color crema de mi padre.



Lo tomé entre mis manos y una fuerza me impedía que sacara lo que contenía. Algo me empujó hacia atrás y volví a caer. Pero los gritos de mi madre me desesperaron y eché las fajas del dinero en la cama. Dejé unos cuantos fajos sobre la cama y tomé algunos para llevárselo a mi mamá, que rugía como león por el enojo.



A mí no me parecía todo ese ritual, pero obedecí, agarré unos calcetines de mi padre, pues ahí meterían las mujeres esas, los fajos de dinero para que se multiplicaran. La mujer “limpió y barrió” el dinero... le colocó a mi madre un morral en la cintura para que después de dos horas ella lo abriera.



Despedí a las mujeres con mi mirada de sospecha. Ellas me miraron raro. Me dijeron: —tú tienes poder, pero ahora no te servirá de nada. Cierra la puerta pronto y vuélvete con tu madre.



La voz de esa mujer me dio escalofríos. Cerré el portón de la casa, y vi a mi madre arrodillada cerca de la puerta de la casa en una especie de trance. Le pedí que se parara, y al pasar los minutos cuando mi madre abrió el morral, en  el sólo contenía pedazos de periódicos que simulaban fajos en efectivo.



La habían timado. Y ella había caído y les había creído. Se echo a llorar. Y yo maldecí a las mujeres, salí corriendo en busca de la camioneta roja, pero ya era demasiado tarde.





Cuando mi padre se enteró, le quiso dar un infarto. Para él no era posible que a mi madre le hayan visto la cara. La hayan defraudado y robado parte del dinero. Pues como había dicho antes, una fuerza extraña me impidió sacar todos los fajos de billetes... yo los aventé en la cama, pero cuando regresé al cuarto, los billetes no estaban en la cama, estaban escondidos abajo de una almohada, muy bien guardados.



Le pregunté a Alexa si había sido ella, y me dijo que no. Mi madre y yo nos quedamos sorprendidas... pues estábamos seguras que los fajos estaban en la cama. Aún así, mi padre tuvo una gran pelea con mi madre. Pues esas señoras gitanas se habían llevado mucho dinero, la habían robado enfrente de su cara.



Mi padre no creyó cuando le dije que mi madre estaba en trance. Así que no quise discutir con él. Pero sí, mi madre no era ella, actuaba raro. Ya cuando se dio cuenta que la habían robado había vuelto en sí. Y se sintió desdichada, pues había permitido a esas mujeres llevarse parte del dinero. Un dinero que con mucho sacrificio mi padre guardaba recelosamente.



Recuerdo que mi padre lloró amargamente, tenía mucho coraje. Y salimos a buscarlas en la camioneta, mi padre había visto a unos gitanos en cierta carretera y tenía la esperanza que esas mujeres fueran parte de ese clan. Pero nada, no hubo rastros de ellas.



Mi padre les había contado a mi abuela Ofelia y tía Carmen lo sucedido, como para desahogarse. Mi abuela le dijo que diera gracias a Dios que sólo nos habían robado, pues esas mujeres son capaces de todo, y que la mayoría guarda armas debajo de sus grandes faldas.



Tiempo después cuando hice memoria sobre ese asunto, recuerdo que la mujer que conducía escondía algo dentro de sus faldas, que se había sentido temerosa con mi mirada, que me ordenó que me metiera cuando yo salí a despedirlas.



Años después, en el periódico, había leído la noticia de tres mujeres gitanas que habían caído al precipicio de una carretera, la camioneta roja había explotado junto con ellas, después de haber huido y de haber cometido un robo a un comerciante, dueño de una tienda de abarrotes, en algún punto de la ciudad.



No puedo negar que esbocé una gran sonrisa al leer la noticia. Pues las lágrimas de mis padres en ese hecho, no las he podido dejar en el olvido. Desde ese momento dejé de creer en la bondad de las personas y no iba dejar que nadie viniera a dañar a mi familia de nuevo.



Como familia enfrentamos ese trago amargo. Mi abuela tenía razón, gracias a Dios no nos habían herido o dañado físicamente. Pues Alexa era una niña y en su momento no entendió muchas cosas.



Ese suceso nos unió más de lo que ya éramos y semanas después mi padre hacía una carne asada en el patio de la segunda planta. Eddy sacó el dominó para jugar. Los cinco jugábamos y reíamos a rienda suelta. Esa imagen de familia feliz nunca la olvidaré, pues después de eso, la tristeza y lo paranormal nos rondaba.



Reímos, jugamos y comimos hasta altas horas de la noche. Ayúdamos a mi madre a recoger las cosas y trasladarlas hasta la cocina. Yo, nuevamente, me había encontrado dos pequeños gatitos bebés. Misifú andaba de callejera. Le dije a mis padres que me quedaría a dormir en el patio, porque quería ver las estrellas y meditar un poco.



Los gatitos bebés estaban a mi lado, acurrucándose en mis hombros. Y yo tirada boca arriba viendo aquel manto azul, tan espectacular, lleno de estrellas. Me pareció inmenso. Mi madre no quería muy bien que me quedara afuera yo sola, pero no pudo con mis ruegos. Me mencionó que me haría mal el rocío de la mañana.



A las dos de la mañana me desperté, tenía sed pero mis padres habían cerrado la puerta. Quizá se olvidaron que me había quedado afuera.



De pronto una luz blanca cegadora me despertó, creí que ya había amanecido. Confusa por estar dormida al aire libre; sentí frío, pero vi la luna enorme y blanca.



Los gatitos bebés comenzaron a maullar temerosos. Y vi lo que aún no he podido comprender; tres mujeres volaban por los aires; sus vestidos vaporosos de seda se mecían al compás de su vuelo. No, cualquiera que pensaría en brujas, se imaginaría escobas, vestidos viejos y feos; pero éstas mujeres eran bellas y volaban sin escobas, pero siguiendo el trazo, una detrás de la otra, canturreaban una canción, ellas felices en esa noche de luna.



Mis ojos no parpadearon, las seguí con la vista y ellas voltearon a verme, me sonrieron y una de ellas se me acercó: —Ven a volar con nosotros chiquilla—dijo la de atrás soltando una carcajada. Yo inmóvil no supe que hacer, más que corrí con todo y los gatitos y toqué la puerta para que me abrieran. Ya no quería seguir ahí. Las mujeres se fueron volando entre sedas.